Día 1…

Mientras caminaba, el sonido de las hojas crujientes bajo sus pies y los cantos lejanos de los pájaros la hacían sentir como una exploradora en una tierra desconocida. De repente, algo pequeño y brillante llamó su atención: un conejito de color amarillo estaba entre los arbustos, comiendo tranquilamente.


— ¡Conejito! — susurró, con los ojos brillando de emoción. Se agachó lentamente y sacó una golosina de su bolsillo. — Ven, conejito. Mira, tengo algo rico para ti.


El conejito la miró con curiosidad, pero al ver que ella se acercaba un poco más, dio un brinco y salió corriendo hacia lo más profundo del bosque.


— ¡Espera! — gritó Rorona, sin pensarlo dos veces, y comenzó a perseguirlo.


Corrió tras él, saltando sobre raíces y esquivando ramas bajas. El conejito se movía rápido, zigzagueando entre los árboles y llevándola cada vez más lejos. Rorona, con la respiración agitada, no se daba cuenta de cuánto se estaba alejando de la casa; su único objetivo era alcanzar al conejito amarillo que, a sus ojos, parecía un pequeño destello de sol brincando entre la sombra del bosque.


Finalmente, el conejito se detuvo en un claro rodeado de flores plateadas y amarillas.

Rorona también se detuvo, jadeando y mirando alrededor. El lugar era hermoso, pero también diferente, como si hubiera entrado en un rincón secreto del bosque que nadie más conocía.


— ¿Dónde estoy...? — susurró, dándose cuenta de que no podía ver la casa desde allí. — Oh no... — dijo, sintiendo una mezcla de emoción y preocupación.


El conejito se quedó mirándola, como si estuviera invitándola a seguir explorando. Rorona, aunque un poco asustada, sonrió al ver que su aventura apenas comenzaba.


— ¡Son las flores que tiene el abuelo! — le dijo Rorona al conejito, toda emocionada. —La hechum tilicum o era helichicum italium algo así. Creo.


Con el conejito saltando a su lado como un viejo amigo, Rorona se adentró más en el claro. Allí, entre las flores que brillaban suavemente bajo la luz filtrada entre las hojas, encontró a un hombre con el cabello blanco y una expresión serena. Su rostro era tan hermoso que Rorona casi pensó que se trataba de un sueño.


Rorona se quedó inmóvil, sin querer molestarlo, así que decidió marcharse en silencio, pero al dar un paso hacia atrás, tropezó con una raíz y cayó al suelo.


— ¡Ay, tai tai...! — se quejó, llevándose las manos a la boca rápidamente para no hacer más ruido, paralizada por el miedo a haberlo despertado. Se quedó en completo silencio, sin atreverse a moverse, esperando que el hombre siguiera durmiendo.


Pero entonces, una voz suave y profunda rompió la quietud del bosque.


— ¿Qué haces ahí, niña? — dijo el hombre, que estaba ahora justo a su lado, observándola con curiosidad.


Rorona se giró lentamente y vio unos pies con zapatos negros frente a ella. Al levantar la mirada, se encontró con los ojos del hombre, unos hermosos ojos amarillos que parecían brillar como el oro. No eran ojos comunes, eran profundos y enigmáticos, te podrías quedar horas mirándolos.


Rorona se quedó paralizada, sus ojos violetas fijos en los del hombre. Sentía que aquellos ojos amarillos, tan extraños y cautivadores.


Rorona volvió en sí, levantándose rápidamente.


— ¿Cómo que niña? — protestó, claramente molesta. — ¡Por si no sabías, ya soy toda una adolescente!


— ¿Ah, sí? ¿Y cuántos años tienes? — preguntó el hombre con un tono juguetón.


— Tengo 7, pero dentro de nada cumpliré 8 — respondió ella con orgullo.


— ¡Uy, qué mayor! — exclamó el hombre, riendo. — ¡Cuidado, que tengo una anciana enfrente!


Rorona, indignada, corrió hacia él para darle una patada, pero el hombre esquivó sus intentos con facilidad, como si fuera un experto en eludir golpes.


— ¡Oye! — gritó Rorona, frustrada. — ¡No es justo! ¡Quédate quieto!


— ¡No vaya a ser que te disloques la espalda! — dijo el hombre, burlón.


Rorona, claramente frustrada, se sentó en el suelo y comenzó a llorar exageradamente, llevándose las manos a la cara y sollozando con gran dramatismo.


— ¡Ay, no puede ser! — dijo el hombre, llevándose una mano al cuello con un gesto exagerado de preocupación. Se acercó a Rorona y recogió un palo del suelo, dándole toquecitos suaves en la cabeza mientras intentaba calmarla. — Oye, mira — dijo en tono burlón.


— Oye, niña. Eo eo eoooooo— continuó, con una sonrisa en el rostro. — ¡Anciana! ¿Me escuchas o necesitas un sonotone?


Rorona comenzó a llorar más fuerte, dejando que las lágrimas corrieran por su rostro. El hombre, al ver su actuación, se agachó y se puso en cuclillas frente a ella, con una expresión de preocupación fingida.


Rorona se levantó con rapidez, sus ojos brillando con determinación mientras se preparaba para lanzar un puñetazo directo a la cara del hombre. Pero, con una agilidad sorprendente, él anticipó su movimiento y, en un rápido contraataque, le asestó un golpe en la cabeza con el palo.


— Eso estuvo cerca — dijo el hombre, con los ojos bien abiertos y una expresión de asombro.


Rorona, ahora llorando de verdad, se agarró el chichón que le había causado el golpe. Las lágrimas caían por sus mejillas mientras sollozaba con una voz temblorosa:


— ¡Buaaaah! ¡Ahora sí estoy llorando de verdad! ¡Qué malo eres!


El hombre, viendo su reacción, se encogió de hombros con una sonrisa sarcástica y dijo:


— Ay, me excedí un poco. Perdóname, anciana.


— ¡Me voy! — dijo Rorona, molesta, mientras miraba alrededor en busca de una salida. — ¿Por dónde me voy?


El hombre soltó un suspiro y, con un tono de pereza, respondió:


— No me queda otra que guiarte. Sígueme, anciana.


— ¡No quiero! — gritó Rorona, girando la cabeza con enojo y cruzando los brazos con desdén.


— Bueno, pues buena suerte volviendo a casa — dijo el hombre, con una expresión burlona. — Por esta zona suelen aparecer lobos.


— ¿Qué? — exclamó Rorona, aterrorizada. — ¡Señor, ¿sería tan amable de llevarme a mi casa? — dijo ella, tratando de sonar educada, aunque su expresión de desdén decía lo contrario.


— No quiero — respondió él, imitando su gesto de desdén.


— Señor, no parece un adulto — dijo Rorona con una mueca de desdén.


El hombre, exasperado, gritó:


— ¡Maldita anciana! Te llevaré, pero solo porque no quiero que te mueras antes de llegar. Y no lo digo por los lobos, sino por tu edad. ¡Jiahjiahjiah!


Rorona lo miró con una expresión de asco, claramente enfadada por su actitud.


El conejito observaba desde un lado, curioso por la interacción entre los dos.


— Oye, señor, ¿por qué llevas un traje negro? — preguntó Rorona, que hasta ahora no había tenido la oportunidad de hacerlo.


— Porque, a diferencia de ti, yo trabajo.


— Ajá — dijo Rorona, observándolo de arriba abajo con desdén.


— ¿Qué miras, anciana? — gritó él, irritado.


— Umm... ¿de espía? ¿De perdedor? ¿De qué? — preguntó Rorona, con una mezcla de enojo y curiosidad, ignorándolo por completo.


— Soy el que se lleva a las ancianas al más allá. Así que, vete escondiéndote de mí — dijo él con una expresión que emanaba un toque de misterio y temor.


— Señor, deberías ir al psicólogo — respondió Rorona con cara de asco.


— ¿Quieres llegar a tu casa o no?


— Sí, por favor, señor raro — dijo Rorona, con un tono impaciente.


— ¡Maldita anciana! Para ti soy el Gran Kasolyus.


— ¿Kaculo? — preguntó ella, ladeando la cabeza en confusión.


Después de un rato peleándose, Kasolyus comenzó a caminar hacia la casa de Rorona, mientras el conejito amarillo lo seguía, mirando la escena con curiosidad.


— ¿Por qué sigues con el palo en la mano? — preguntó Rorona, con una expresión de irritación.


— Por si una anciana canija intenta tocarme con sus sucias manos — respondió Kasolyus con desdén.


Rorona, molesta, se agachó y recogió un puñado de tierra.


— Ya es...


Con un movimiento rápido, lanzó la tierra a la cara de Kasolyus.


Kasolyus, furioso, limpió la tierra de su rostro y apretó el palo con firmeza.


— ¡Tu... Te vas a enterar! — gritó, avanzando hacia ella con furia.


— ¡Ay noo!


Rorona, asustada, comenzó a correr. Kasolyus la persiguió, gritando:


— ¡Ven aquí, maldita! !No escaparás! Gritó él que corría detrás de ella.


Rorona corrió y corrió sin detenerse hasta que pasó por un torii en el bosque. Siguió corriendo hasta salir del bosque.


— ¡Haha, no pudiste alcanzarme! — dijo, burlándose mientras miraba hacia atrás.


Al darse cuenta de que Kasolyus había desaparecido, Rorona miró a su alrededor, confundida y un poco aliviada.


— El señor raro no está y el conejito tampoco — dijo para sí misma, mirando alrededor con una mezcla de alivio y preocupación.


En ese momento, sus abuelos llegaron.


— ¡Rorona! — gritó su abuela. — ¡Vamos a hacer Pochili!


Rorona miró el bosque una última vez, con una expresión decidida en su rostro, y murmuró: — Mañana volveré a molestarlo.


Luego se dirigió a ayudar a su abuela con la compra, sintiendo que su aventura por hoy había llegado a su fin.



— ¡Sí, Pochili! — gritó, saltando de alegría.






Una historia creada por una española☺️

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君の瞳が語らないこと @zorenax

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